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Inicio de la Educación Adventista en el Perú

Recordar el inicio de la Educación Adventista en el Perú nos da valor e identidad para seguir fortaleciendo el propósito principal de nuestras instituciones educativas. White (1963) señala que el propósito principal de la educación es dirigir a los estudiantes a Dios para ser redimidos. Este propósito es resaltado al recordar la labor de los pioneros en el altiplano peruano. Valcarcel (1972) resalta la importancia del trabajo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la región de Puno, llevando la educación a una población abandonada por las clases sociales altas:

El adventista estaba ayudando al alumbramiento del nuevo indio. Su asepsia se deja ver en la extirpación de los vicios seculares: alcoholismo, cocainismo, servilismo. El hombre que en la altipampa del Collao representa hoy la tradición milenaria del Tiahuanaco posee hábitos higiénicos, viste de americana, reside en limpias moradas, no bebe aguardiente ni pijcha coca: es abstemio. Ha aprendido a mirar de frente, a hablar con aplomo y a extender la mano en gesto amistoso a cuantos favorece con su simpatía. Es un hombre. La obra adventista adquiere enormes proyecciones. 

Es así que Manuel Zuñiga Camacho abre una escuela clandestina en 1902 en Utawilaya con el fin de llevar educación a los más necesitados y en 1908 se solicita el apoyo a la Misión Adventista, cuyos líderes atendieron el pedido enviando a Fernando Osorio para apoyar esta iniciativa emprendida por Camacho.  Posteriormente esta escuela particular pasa a ser una Escuela Adventista en 1911 con la llegada de Fernando y Ana Stahl la cual se traslada a Platería en 1913.  Esta labor permitió el avance de la evangelización en la zona Aymara. Posteriormente, en 1920, se abre la primera escuela en la gran región quechua de la cual el pionero fue Pedro Kalbermatter.

Esto trajo consigo una lucha, por parte de las clases marginadas y explotadas, por las poblaciones campesinas, por los más pobres, por querer alcanzar esa privilegiada educación. El poder leer y escribir era una victoria, era alcanzar un estatus social en donde ya no llegarían a ser más explotados. Dicha lucha, felizmente, a pesar de las diversas decepciones de la escuela, la podemos ver aún en aquellas clases sociales, las cuales todavía están bajo una explotación no tan sutil: la de la sociedad.

Alomía (1983) menciona que la primera escuela Adventista de Platería en Puno despertó un interés inusitado por la educación en otras comunidades del Altiplano, las cuales también comenzaron a pedir de modo insistente y patético que se establecieran escuelas entre ellas.

Este mismo efecto producido en el campesinado sureño se repitió en el oriente peruano cuando la Educación Adventista alcanzó a las etnias Asháninkas y Yáneshas en la selva central y en el Gran Pajonal.

Al recordar los inicios de la Educación Adventista en el Perú es notable admirar el valor, coraje y entrega de los primeros pioneros cuya mística fue contagiosa y fructífera en la multiplicación de más instituciones educativas que llevan el mensaje de salvación dentro y fuera de las aulas a las nuevas generaciones.

Abel Apaza
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