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Desiertos empapados, corazones incendiados

Si hay algo que cualquier científico conoce es que para que exista vida abundante es esencial que haya equilibrio. Las regiones muy frías y húmedas, como la Antártida, presentan características biológicas completamente opuestas a las que encontramos en los bosques tropicales. La temperatura extremadamente baja y el hielo constante permiten la supervivencia de algunas especies. Algo similar se verifica en los desiertos, donde existe una enorme variación de temperatura. Del calor abrasador del día hasta el frío espeluznante de la noche. Además, la bajísima humedad condiciona la vegetación, casi inexistente, y la presencia de pocos animales. Sin embargo, en regiones desérticas como la de Israel, por medio de técnicas agrícolas avanzadas, se ha logrado producir diversos alimentos en una tierra arenosa, infértil y seca.

C. Lewis, en su libro La abolición del hombre, señala:

Por cada alumno que necesita ser resguardado de un ligero exceso de sensibilidad, hay tres que necesitan ser despertados del sueño de la fría vulgaridad. El deber del educador moderno no es el de derribar bosques, sino irrigar desiertos.

Pero, ¿cómo emprender una tarea aparentemente tan difícil?

Al analizar el encuentro del gran Maestro Jesucristo con las multitudes, algo parece estar en contradicción con la enseñanza actual. Por ejemplo, la descripción de Lucas de la actitud de las personas hacia Jesús no parece asemejarse a nuestras aulas actuales:

«En ese tiempo, se reunió una multitud de miles de personas, hasta el punto de atropellarse unas a otras» (Lucas 12.1, versión NVI online, énfasis agregado).

¿Cuándo fue la última vez que hizo que sus alumnos se entusiasmen con una de sus clases? ¿Alguna vez ha experimentado lo que describió el evangelista? ¿Qué hacía de las enseñanzas de Cristo algo tan cautivador? Su mensaje tenía dos cualidades fundamentales: autoridad y relevancia.

Nuestro gran Maestro, al enseñar, no lo hacía como un mero transmisor de conocimiento. Él vivía profundamente sus palabras y transmitía con gran energía.

«Cuando Jesús acabó de decir estas cosas, las multitudes estaban maravilladas con su enseñanza, porque él las enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley.» (Mateo 7:28-29, versión NVI online). Al mismo tiempo, sus enseñanzas no eran visiones de una existencia metafórica, sino aplicaciones que darían nuevo sentido a la vida de sus seguidores.

«[Declaró Jesús]: Yo tampoco te condeno. Ahora ve y abandona tu vida de pecado. «(Juan 8.11, versión NVI online).

Preceptos relevantes para multitudes sedientas. Todos acudían a Jesús y salían como desiertos empapados, pues el corazón de Cristo estaba incendiado.

Por lo tanto, si queremos que los alumnos estén entusiasmados con el conocimiento y el aprendizaje, debemos enseñar como Cristo enseñó: con autoridad y relevancia.

No habrá desiertos empapados sin maestros con corazones incendiados.

Ivan Goes

Director Asociado del Departamento de Educación, División Sudamericana (DSA)

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