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Una educación útil

Por Fabiola Cushicóndor Chicaiza, asesora pedagógica de la Misión Ecuatoriana del Norte.

La profesora de Química se encuentra en la calle con un ex alumno; se saludan y la pregunta de rigor del docente es: ¿A qué te dedicas actualmente? El joven responde: No, a nada. No pude ingresar a la Universidad. Me fue mal en química, en matemáticas y en física. Y tampoco puedo conseguir trabajo, porque no sé hacer nada.

Nuestro currículo escolar muchas veces está centrado en contenidos y teorías. La mayoría de las evaluaciones apunta a formar niños que piensen igual, hablen igual y se comporten igual. Hay poco lugar para la creatividad del estudiante. Tristemente, a veces sucede que la educación formal reprime y hasta aniquila la creatividad. Solo fomenta la conformidad y la mediocridad de los egresados.

Si pensamos en Adán, la Biblia señala que su tarea era cultivar el huerto y administrar la naturaleza. Desarrollaba un trabajo manual pero también utilizaba su intelecto; dedicaba tiempo a adorar a su Creador y también cultivaba cuidadosamente sus emociones. Siguiendo este modelo, un sistema de educación integral debe formar las manos, la mente y el corazón. Toda educación que privilegia una sola de estas facultades está abiertamente en desbalance y los resultados serán nefastos. Estará entregando a la sociedad jóvenes desintegrados; inútiles para resolver los pequeños problemas cotidianos. Por ejemplo, cómo cultivar una huerta en medio de la ciudad, cómo arreglar un problema de electricidad en el hogar, cómo combinar los alimentos de manera saludable, etc.

Nuestro currículo adventista ha ido cediendo paso a las exigencias del Estado y la sociedad del consumo, de la información y el conocimiento teórico. Pozo (2002) advierte que nos estamos convirtiendo en informívoros, meros consumidores de conocimiento. No estamos produciendo nada útil en realidad.

Por eso, es prioritario volver a las raíces y revalorizar las actividades manuales: la panadería, la carpintería, la electricidad, el cultivo de la tierra y otros oficios. Es imprescindible volver a la cultura del crear y hacer. Debemos fomentar actividades relacionadas con la tecnología, la ingeniería, la robótica, el reciclado y emplear los saberes de manera útil y práctica, no solo informativa, sino recreativa. Esta reingeniería en el aprendizaje-enseñanza demanda tiempo del docente en el aula para promover las actividades manuales.

Los maestros generalmente piden a sus alumnos que pongan en práctica las destrezas que desarrollaron a través de los contenidos. Sin embargo, ¿estamos invirtiendo tiempo en ayudar a nuestros estudiantes a aprender a hacer? En palabras de Elena de White (1971):

El trabajo manual útil es parte del plan del evangelio… Ahora, como en los días de Israel, todo joven debe ser instruido en los deberes de la vida práctica. Cada uno debe adquirir cierto conocimiento de algún ramo manual por medio del cual, si fuera necesario, pudiera ganarse la vida.

La cita anterior fue escrita hace más de 140 años. Sin embargo, desde 2005 hay una fuerte corriente que motiva a la educación Do it Yourself (Hágalo usted mismo). ¿Cómo hacer esto en el aula? Debemos romper paradigmas y buscar los métodos más apropiados; promover espacios dentro del aula donde el alumno potencie su creatividad, uniendo la ciencia, la tecnología y su ingenio; el trabajo colaborativo y el aprendizaje basado en proyectos.

Bibliografía

Morín, Edgar (1994). Introducción al pensamiento complejo. París, Francia. s/d.

Pozo, J. I. (2002). Aprendices y maestros. Alianza. Madrid. s/d.

White, Elena de (1970). Consejos para los maestros. Asociación Casa Editora Sudamericana. s/d.

Corey, C. (2010). Enseñar a aprender: desarrollo de capacidades-destrezas en el aula. Editorial Conocimiento. Chile. s/d.

Educación Adventista Sudamérica

Red de instituciones educativas adventistas en Sudamérica.

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